Como todos los años, mi regalo de Halloween en forma de cuento de terror. Espero les guste.
TuLio
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TuLio
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La luz blanca me despierta. Entra invasiva, irritante, y se abre paso hasta llegar a mis párpados. No recuerdo cómo llegué a este lugar. Tengo ecos de un dolor de cabeza penetrante como un alfiler colándose por mi cerebro hasta perder el conocimiento. Intento hablar, gritar, pero de mí sale un graznido seco, inaudible, que muere antes de salir por la boca reseca, estoy así por minutos u horas hasta caer inconsciente de nuevo.
Abro los ojos y está de nuevo
la luz torturadora pero puedo detallar mejor el lugar. Al parecer estoy en un
cuarto de hospital. El olor aséptico inunda mis fosas nasales y curiosamente me
dan ganas de vomitar. Escuchó quejidos y con la poca fuerza que me queda volteo
hacia la cama que tengo al lado y la veo: es una mujer en avanzado estado de
embarazo. La panza parece explotarle, luce demacrada, moribunda; reza o llora, no
logro distinguir muy bien el sonido que hace, pero me desespera. Tengo ganas de
gritarle que se calle. Su voz hace que mi cabeza quiera estallar pero sigo sin
fuerzas. Mis palabras parecen el sonido de un perro que acaban de atropellar. Al
cabo de un rato me rindo y me dejo llevar por sus letanías. Pierdo la cuenta de
los días.
Aparece una enfermera, vestida
de blanco en este océano de ese maldito color. Es robusta, me recuerda a la
protagonista de esa película donde una mujer secuestra a su escritor favorito y
le rompe las piernas, pero ésta a duras me determina. Tan solo me cambia el
suero, me inyecta y me limpia. Sabe que
estoy despierta, ve mis pupilas moverse frenéticamente pero las ignora con
rostro impasible. Con mi compañera de cuarto es diferente, he visto en un par
de ocasiones como se dirige a ella, le soba la cabeza, la acaricia y le habla
en voz tan baja que solo soy consciente de su presencia por su imponente
esencia. Alcanzo a comprender susurros chillones intentando consolar el dolor
de la embarazada.
Comienzan las pesadillas.
Todos los días, todo el tiempo, son tan aterradoras que prefiero estar
consciente: la debilidad, los gritos de dolor de mi vecina que cada vez son más
desesperados. Tan pronto duermo imagino que seres macabros vienen por mí,
hombres y mujeres sin rostro que se acercan; oigo sus pasos y cuando intento
verlos me desespero, intento moverme, huir de ellos, pero es inútil. Escucho
sus graznidos como voces; sus manos como garras sobre mi cuerpo, introduciendo
sus pestilentes extremidades en mi interior, hurgando mis vísceras,
extendiéndose como tentáculos, saliendo por mis fosas nasales, por mi boca,
sacándome los ojos mientras ríen con sus risas oscuras. La peor parte es que
estos recuerdos son tan vividos que no sé distinguir si son ciertos o no.
No noto mejoría y no dejo de
preguntarme si estas personas me tienen encerrada y sedada con algún propósito siniestro.
Tengo miedo que se mezcla con la fiebre, la debilidad y las alucinaciones: ahora
también sueño despierta y me parece sentir que la criatura que está en la
embarazada se mueve de manera cada vez más frenética, expandiendo el vientre de
la mujer de manera grotesca; y la mujer ríe y se desespera con mayor frecuencia
mientras habla en un idioma extranjero.
La enfermera ha venido porque
la mujer ha gritado como una loca por horas. Se inclina hacia ella y súbitamente
la mujer le muerde el cuello, y sin darle tiempo a reaccionar la muerde de
nuevo. La sangre sale a borbotones empapando su blanca vestimenta. Cae muerta
mientras la embarazada ríe de manera compulsiva.
Nadie viene a recoger su
cadáver pareciera que fuéramos las únicas personas en el mundo. Sigo demasiado
débil para moverme y no dejo de pensar que las peores historias de terror no
pasan en casas abandonadas o cementerios.
La mujer empieza labores de
parto. Grita como posesa mientras su infernal huésped se abre paso en este
mundo. Dura pujando casi un día entero y finalmente da a luz a un engendro que
no es de este mundo. Es grande, muy grande para ser un bebé normal, tiene
colmillos por dientes y no tiene ojos. La mujer observa a su hijo, dice unas
palabras en su idioma y muere con una sonrisa.
La criatura no llora pero
emite un sonido sobrecogedor que nunca antes había escuchado. Tiene hambre, no
se necesita ser madre para saberlo, tiene h a m b r e, mucha y si no se
alimenta morirá muy pronto. Empieza a devorar la placenta, primero de manera
tímida, luego de manera grotesca. La sangre de su alimento se mezcla con el de
su cuerpo recién salido de la matriz. Luego sigue con la madre, empieza a
alimentar su apetito insaciable comiendo la carne muerta de su progenitora. No
puedo gritar, ni despertar de este infierno.
Sigo sin saber cómo transcurre
el tiempo en esta jaula de luz blanca y paredes blancas que se convertirá en mi
tumba. Sé que me he ensuciado con mis propias heces y que debo oler a mil
demonios. Tiempo después, ¿horas? ¿Días? el monstruo da por concluido el
banquete. Apenas le cuelga piel al cadáver de la madre, al igual que su hijo ya
no tiene ojos pues fue lo último que se comió, el sonido fue asqueroso como el
de una uva que se revienta.
El engendro se deja caer de la
cama. Espero que se reviente en mil pedazos estallando en un océano de sangre
pero no le pasa nada. Huele el cuerpo descompuesto de la enfermera pero no le
importa, la urgencia es calmar su apetito voraz. Con ella no tiene ninguna
conmiseración y engulle cada uno de sus órganos hasta dejarla en los huesos.
Dios mío, dios mío, ¿por qué
me has abandonado?
Ahora el monstruo bebé ya
tiene la suficiente fuerza para pararse, voltea su cuerpecito inmundo hacia
donde estoy yo y sonríe de manera inocente como pidiendo perdón, mientras la sangre
gotea por la comisura de sus labios.
Se dirige hacia mi cama.
Intento moverme pero es inútil, mi cuerpo no responde como no lo ha hecho desde
que llegué a este lugar. Desearía estar muerta, tener la muerte compasiva de la
enfermera que no supo lo que le pasaba, o de la madre que no fue consciente de
ser alimento de su bebé, pero es inútil. Siento la cama moverse mientras esta
bestia inmunda se trepa, y a pesar de estar a mis pies, puedo sentir su aliento
nauseabundo llegar hasta mí. Puedo sentir sus pequeños colmillos hincándose en
el dedo gordo de mi pie e intento no pensar mientras soy devorada.