lunes, 23 de julio de 2012

Contra El Principito


El Principito es considerado uno de los grandes clásicos de la literatura. De hecho, es el libro que más se ha vendido después de la Biblia y el Corán. Fruto de su éxito se han sacado camisas, películas, muñecos, obras de teatro, pines, botones y videojuegos. Incluso, el empresario argentino Alejandro Roemmer se aventuró a hacer una secuela titulada El regreso del joven príncipe, en el cual el muy mentado Principito es ahora un adolescente que vuelve a la tierra, sólo que esta vez viene de paseo a la Patagonia y mantiene una interesante charla de autoayuda con un conductor que lo recoge (y no, no es broma. Esto es lo que pasa cuando los empresarios se dedican a la literatura: Mala literatura).

¿Pero es en verdad este libro tan importante? ¿Tiene tantos mensajes como lo repiten a diario solteras enamoradizas, reinas de bellezas y profesores de escuela que SIEMPRE lo van a poner en la lista de libros obligatorios o es tan sólo un lugar común, un libro que ha sido sobreestimado a niveles insospechados?  Vamos a averiguarlo.

El libro comienza mal desde antes de iniciar el primer capítulo, es decir desde la dedicatoria. Su autor, Antoine de Saint- Exupery, le dedica la narración a su amigo León Werth, pero luego empieza a esgrimir mil disculpas ante los niños —sus lectores ideales— hasta que al final se arrepiente y lo dedica a su amigo pero sólo cuando era niño.

Una de las reglas básicas del buen escritor es contar una verdad, la suya ¿Qué credibilidad puede tener alguien que cambia como una veleta sus convicciones para no quedar mal con sus lectores? Me imagino que si Exupery hubiera nacido en la Alemania Nazi y hubiera tenido un amigo judío, su dedicatoria habría podido ser así:

A Isaac  Adler

Pido perdón a los miembros del Partido NacionalSocialista por  haber dedicado este libro a una persona judía.  Tengo una buena excusa: es mi mejor amigo.  Tengo una segunda excusa: le gustaría no ser judía.  Tengo una tercera excusa: está en un campo de concentración. Si todas estas excusas no fueran suficientes, voy a dedicar este libro a la parte aria que hay en él. Entonces corrijo mi dedicatoria.
A Isaac Adler  —pero sólo a su parte Aria—


Comencemos la historia: El Principito es un niño (del que, por cierto, nunca se explica de dónde le viene ese título real) que vive en un asteroide  apenas más grande que él y que dedica sus días a eliminar hierbas malas, los baobabs, y a deshollinar su pequeño hogar. Nunca vemos de dónde se alimenta, saca la ropa o va al baño, pero digamos en beneficio del relato que si existen novelas en las que hay vampiros de 107 años que no toman sangre humana y se enamoran de adolescentes histéricas todo es posible.

La vida de nuestro protagonista cambia intempestivamente un día que una rosa germina en su planeta. Si bien es cierto que la flor es un poco vanidosa, no pide nada fuera de lo común aparte de ser alimentada —en un asteroide donde nunca se va a ver una nube y ni hablar de lluvias—. ¿Qué hace entonces el héroe de esta historia? ¿Acaso dialoga con ella o hace algún intento por comprenderla? No señores, al igual que el hombre irresponsable que sale a “comprar cigarrillos” para no volver jamás, nuestro admirado Principito pone pies en polvorosa y huye cobardemente.

Esa es la mecánica que se repite constantemente a lo largo de todo el libro. Principito conoce a nuevo personaje, en lugar de aprender de él, o buscar algo positivo lo juzga, usa una muletilla que le sirve como excusa para todo (“Los adultos son muy raros”) y vuelve a huir.


El Principito haciendo lo que mejor saber hacer..huir.


Ese es quizá el secreto del libro: las mujeres aman los amores no correspondidos. Cuanto mas indiferente, maltratador, caprichoso, manipulador y cobarde sea el hombre, ellas más se enamoran; mientras que los varones sueñan con escaparse de la casa cuando sientan problemas, vivir mil aventuras por fuera sin amarrarse jamás y volver cuando las aguas hayan vuelto a su normal cauce. Los niños, por su parte,  aman esta historia porque ven seres inanimados hablar y todos saben cómo los infantes adoran eso, sino vean el éxito de las fábulas de Esopo o el programa de Bob Esponja.

Nuestro intrépido protagonista visita –y se fuga apenas puede- los  asteroides vecinos hasta llegar a la tierra. Allí descubre que su rosa no es única sino simplemente una flor más y en lugar de apreciarla por lo compartido con ella, se pone a llorar y a despreciarla. Un gran ejemplo para los niños, no me cabe duda.

El Principito está llorando y esperando una puesta de sol –que era lo único que hacía en su hogar a falta de un televisor- cuando se encuentra con el único personaje que vale la pena en esta sobreestimada obra: El zorro.

El zorro es un animal que sufre, que cae ante las bajas pasiones, que no le importa matar gallinas para alimentarse, que es alegre y sabio, de sus labio surge la tan trillada- pero hermosa frase- aquella de “Lo esencial es invisible a los ojos”. ¿Por qué Exupery no hizo más bien un libro dedicado a este animal en lugar de dedicarse al anodino y cobarde Principito?

Desde luego nuestro insigne protagonista vuelve a huir y deja tirado al zorro. Es en ese momento cuandose encuentra con el narrador del libro, un piloto con la misma personalidad que un cactus. El Principito le pide a su nuevo amigo —al que abandonará, no lo duden— que le dibuje un cordero. Nunca explican para qué carajos quería un cordero, si ni siquiera pudo hacerse cargo de una flor ¿Cómo pretende ahora hacerlo con un animal? ¿Por qué accede el piloto en darle el cordero sabiendo lo inestable emocional y mentalmente que es el pequeño truhan? Personalmente me inclino a pensar que El Principito se cansó de comer sándwiches rellenos de baobab y quería un buen pernil de cordero.

Finalmente pasa lo que ha pasado en las anteriores cincuenta páginas del libro. El Principito deja tirado a su nuevo amigo y decide volver a su planeta esperando a que su flor lo reciba, cual mujer maltratada, con los brazos abiertos y dispuesta a perdonarle su abandono.

Allí termina el libro, pero yo me atrevo a aventurar un par de hipótesis: la primera es que cuando el Principito vuelva encontrará a su rosa seca y muerta. Recordemos que él era el encargado de alimentarle y darle agua –que no sabemos de dónde sacaba- pagando así la consecuencia de sus actos, y la segunda es que como dejó de cortar los baobabs y deshollinar los volcanes, estos se apoderaron del asteroide haciéndolo estallar, dejando a nuestro pequeño llorón sin hogar.

Pero supongamos por el bien de la historia que no pasó nada de eso: la flor está bien y el planeta intacto. Sueño con que el cordero y la rosa se hagan amigos y se den cuenta de la vileza del enano de pelos rubios y emprendan ellos dos un viaje dejando atrás al Principito sin corona. Para que vea lo que se siente.

En resumen…. no es una mala obra, aunque no es lo maravilloso que podría ser si el protagonista hubiera sido el Zorro o hasta el mismo piloto; de hecho, son los personajes secundarios los que mantienen a flote esta obra porque el Principito es terriblemente irritante. Es un clásico que muy seguramente les obligaron a leer en el colegio y que es útil porque sirve para conquistar a miembros del sexo opuesto, especialmente aquellos que siguen pensando que Paulo Coelho es el no va más de la literatura.

viernes, 20 de julio de 2012

7 razones por las que Batman patea traseros


Con el  estreno de la última película de la trilogía de Batman, The Dark Knight Rises, dirigida por  Christopher Nolan,  la expectativa por la estratósfera  y en vista de que a los geniales distribuidores de cine  (los mismos capaces de crímenes como éste: http://letrasbizarras.blogspot.com/2012/05/el-trabajo-mas-facil-del-mundo.html)  les dio por estrenar la película ochos días después que en Estados Unidos, publico este artículo como un pequeño abrebocas.

Batman. ¿Qué persona en el mundo no se ha mirado al espejo y entrecerrando los ojos ha dicho con la voz de Michael Keaton:  I’m Batman? Sólo pronunciar su nombre hace que la boca se llene de épica, algo que con ningún otro superhéroe puede pasar. ¿No me creen? Hagan la prueba con Superman –que se le acerca bastante-, Linterna Verde –¿quién?- o Acuamán –y no los culpo si una carcajada no les permite acabar-.

¿Pero por qué el enmascarado de Ciudad Gótica es el favorito de grandes y chicos? ¿Por qué a pesar de todos los rumores de la oposición su fama no merma sino que al contrario se incrementa cual precio de la gasolina?  A continuación nos adentraremos en siete batirazones que nos ayudarán a comprender la fama del millonario que en sus noches libres decide ponerse un traje de mallas y combatir  el crimen  (y cómo deberían aprender los magnates de nuestro país…)





 1.) Tiene el don de la ubicuidad

Batman parece el cruce de David Copperfield con ese vecino molesto al que nadie llama pero que se aparece de la nada.  No debe ser nada agradable ser el Comisionado Gordon y en cualquier momento de la noche escuchar la voz rasposa del hombre murciélago hablando sobre crímenes o ladrones. Yo en su lugar no estaría tranquilo ni en el baño, pues no creo que al susodicho le importaría importunar las labores más íntimas del Comisionado para hablar del último operativo para capturar al Pingüino.

Lo peor es que nuestro amigo no es educado: Es muy capaz de dejar hablando sólo a su interlocutor mientras se pierde en la noche. Cual esposo que se va a la tienda a comprar cigarrillos, ahora lo ves, ahora no lo ves.

Ser criminal de Ciudad Gótica tampoco es una labor envidiable. Uno no sabe en qué momento va a salir ese loco con traje de murciélago a darte una paliza. Yo creo que ni siquiera el tipo que se roba una Coca Cola en un supermercado está tranquilo con ese lunático confundiéndose con las sombras de la noche oculto en cualquier parte.

Porque Batman es la noche. Lo oscuro, lo desconocido, el silencio; su secreto es estar ubicado en el lugar preciso en el  momento adecuado, nadie sabe en qué momento va a aparecer pero cuando lo hace es épico. Jodidamente épico.

2.) Es millonario

Si de algo adolece nuestro justiciero es de super poderes. No puede treparse por las paredes, ni volar por los aires, ni sacar cuchillos de las manos,  sin embargo, tiene de su lado el poder del dinero que en estos tiempos no es nada despreciable.

Estar cubierto por batidólares le permite a Bruce Wayne dedicarse en cuerpo y alma a combatir el crimen. No pueden decir lo mismo Clark Kent o Peter Parker a los que les toca trabajar de 8 a 5  y reponer en sus días libres sus extrañas desapariciones, eso o morirse de hambre.

El ser millonario le permite a Batman adquirir todos sus artefactos, sus naves y automóviles, le da además glamour y sofisticación de la que no pueden presumir los demás superhéroes. No es lo mismo ser capturado por el hombre murciélago en su lujoso batimovil que por Acuaman que vive en un estanque cualquiera.


3.) Gadgets

En concordancia con el punto anterior se puede decir que una de las razones por las que Batman patea traseros es por sus muchos artilugios tecnológicos.  Tiene naves, carros, una computadora que envidiría hasta  el mismo Bill Gates, dispositivos para ver en la oscuridad y miles cosas más.

Algunos podrán decir que eso no es nada que James Bond, tiene los mismos y hasta más cachivaches, pero hay que tener en cuenta que el 007 es apenas un simple empleado, el día menos pensado puede quedarse desempleado y hasta allí le llega la dicha;  en cambio Batman es dueño y en muchos casos creador de sus propios artefactos. No hay nada más espectacular que ver cuál será el nuevo invento del justiciero contra sus enemigos.

4.) Villanos

¿Qué tienen en común un psicópata vestido de payaso, un tipo con la cara medio quemada y doble personalidad, unos tipos que se creen un espantapájaro y el Sombrerero, un obsesivo compulsivo con los acertijos entre muchos otros? Que todos están completamente dementes.

Esa es la magia de Batman, sus villanos no son mafiosos comunes y corrientes –aunque de esos también hay- sino personajes mentalmente desequilibrados tanto así que siempre que son capturados no van a la cárcel sino al Asilo Arkham –del cual se mantienen fugando como Pedro por su casa pero ese es otro tema-.  Estos villanos son el contrapeso ideal para la racionalidad y sangre fría de Batman y es por eso que convierten el comic en algo prácticamente perfecto.

5.) Héroe trágico

Superman es el último de su raza, Peter Parker es huérfano y le mataron a su tío, Wolverine no tiene memoria y vaga de un lado para el otro como un judío errante. Todos tienen un pasado oscuro y sin embargo, en muchas ocasiones, no parece así: El kriptoniano y el Hombre Araña mantienen muertos de la risa y son admirados  por la sociedad mientras que Logan se contenta con sus ínfulas de chico malo y gruñir de vez en cuando.

No pasa lo mismo con Bruce Wayne, la pérdida de sus padres es un golpe del que nunca se ha podido recuperar. A pesar de ser un superhéroe, de combatir el crimen, de salvar una y otra vez a Ciudad Gótica el dolor no lo abandona. Si uno se da cuenta y a diferencia del resto de enmascarados, Batman no se lleva bien con las demás personas, le gusta trabajar solo y nunca sonríe. Para él, lo único importante es salvarlos a todos a pesar de que haber perdido su alma en el camino. Es un ser de la oscuridad, un héroe trágico.

6.) Mujeriego empedernido

La mayoría de los héroes son enamorados irredentos. Luisa Lane, Mary Jane Watson son apenas algunas de esas resignadas novias eternas que deben apoyar a sus enamorados teniendo como única recompensa el  no tener privacidad con sus parejas y ser secuestradas de cuanto loco disfrazado quiera lastimar a su amado.

Batman en su lugar no se amarra a ninguna mujer…es el típico chico malo, y ya sabemos cómo les encanta eso a las mujeres –y eso sin contar que es millonario- por lo que puede tener aventuras amorosas con Gatúbela, Talia Al Ghoul, Vicky Vale, Michelle Pfeiffer y Anne Hataway sin despeinarse.

Millonario, playboy, científico y superhéroe ¿Quién no quisiera ser Batman?


El  Batitwist....que dios nos coja confesados.


7. )Ha sobrevivido a pesar de sí mismo

Estoy por pensar que el peor enemigo de Batman no es el Joker, ni los otros villanos que pululan en Ciudad Gótica sino muchos guionistas y genios de Hollywood que han pensado que el Caballero Oscuro es una especie de drag queen o payaso.

No sólo fue la inclusión de Robin, el peor ayudante de la historia, y el causante de los rumores de homosexualidad que seguirán al pobre hombre murciélago hasta la tumba, sino la creación de esa serie de los años 60, con sus ¡Pow! ¡Punch! Y demás onomatopeyas, eso sin contar con el batitwist. En la actualidad,  se hizo esa horrible, horrible película donde George Clooney se disfrazaba –porque me niego a decir que esa abominación fuera Batman- y luchaba a los golpes contra Schwarzenneger

Hay gobiernos que han aguantado menos ofensas antes de estallar en mil pedazos y estoy seguro que si cualquier otro superhéroe hubiera enfrentado tantas afrentas hubiera desaparecido de la faz de la tierra sin dudarlo, pero Batman no, ha sido capaz de reinventarse una y otra vez, de surgir de las cenizas y convertirse en el favorito de todos, el último caso es la dupla de Batman- Christopher Nolan, donde se ha demostrado hasta dónde puede llegar una gran historia con un gran personaje en las manos adecuadas.




jueves, 5 de julio de 2012

Campanadas de medianoche



¿Les he contado de aquella vez que tuve una novia que vivía  a las afueras de la ciudad? Vivía tan lejos que su casa parecía colindar al este con Mordor y al oeste con Narnia. En ese tiempo yo era joven, temerario e ignorante, que es quizá la forma más sublime de valentía, por lo que no veía problema en quedarme prisionero de su piel hasta altas horas de la noche.

Me gustaba hacerle el amor de manera lenta, pausada, disfrutando cada centímetro de su piel, como quien degusta un manjar exquisito;  luego de terminar, ella se acostaba encima de mí y empezaba a agitarse  con violencia, como pez fuera del agua, yo le acariciaba la cabeza hasta que se calmaba y lentamente se iba quedando quieta hasta llegar a un estado catatónico cercano a la muerte.

En ese momento la depositaba con lentitud en la cama y en la oscuridad empezaba a vestirme. Nunca me permitió dormir con ella, “Si me amas te quedarás conmigo por la noche, pero no estarás al amanecer” solía decirme; no lo entendía en ese entonces, no lo comprendo ahora, probablemente la respuesta más lógica es que no se debe entender las mujeres, simplemente amarlas.

Cuando salía, el frío me azotaba en forma de latigazos helados que se metían por todo mi cuerpo. De la cama de mi amada a la parada de buses había un largo trecho, nunca los medí en pasos o calles, pero por lo general eran cuatro cigarrillos de distancia, cinco si ese día estaba muy cansado y caminaba con parsimonia o tres si esa noche estaba particularmente afanado, pero nunca dos ni seis.

Una noche, al llegar al paradero de buses, me encontré con dos personas más. Una era una anciana que a duras penas se mantenía en pie, el otro era un señor, el típico gordo bravucón que mantiene de mal humor. Al llegar pregunté si no ha pasado la ruta.

—No ha pasado el jodido bus. ¿Sabe cuánto tiempo llevo esperando el jodido transporte? Una hora ¡UNA HORA! Y nada que aparece ¿Tiene un cigarrillo?  —Acotó al verme fumar. Yo le ofrecí uno y al darle una calada pareció calmarse—. Es el colmo, a este paso tendremos que esperar hasta la madrugada para que nos recojan. Estos choferes no tienen en cuenta que mañana toca trabajar ¡Que los jodan a todos!

Por su parte la anciana no hablaba y a duras penas se movía, parecía una de estatua de cera, una distinguida momia de la capital. Le pregunté al gordo si la conocía y me contestó que ella estaba allí desde antes que él llegara, pero que al preguntarle le había dicho que también estaba esperando el bus.

Hacía bastante frío y prácticamente nos acabamos la cajetilla con el gordo. No era, por cierto, un buen conversador, solamente se refería al ‘jodido’ transporte, al ‘jodido’ gobierno y a la ‘jodida’ esposa que seguramente estaría esperándolo en casa con una cantaleta.

Celebré en silencio la llegada del bus. Era uno de esos modelos gigantescos y obsoletamente antiguos que uno pensaría están destinados a un museo de chatarra pero que circulan sin falta a las once y media de la noche por las calles de la ciudad y que al ser el transporte salvador uno le ve un brillo especial, casi mágico.

Entre el gordo y yo ayudamos a subir a la anciana. Resultó que la vieja no tenía la plata completa del pasaje y al gordo le importaba un pito dejarla abandonada, mientras que al chofer –un tipo gigantesco y barbado- le daban tres pitos dejarla tirada en la calle. Terminé completando lo de su pasaje quedándome sin un peso. No importaba, después del amor nada lo hace, mi cuerpo aún olía a ella y pequeños fragmentos de su rostro durante el orgasmo habitaba en mis pupilas, ¿qué eran unos pocos pesos al lado de la eternidad de un recuerdo? 

Supongo que pocos de ustedes han montado en el último transporte de la noche, en el bus que pasa al filo de las doce. Quienes lo han hecho saben que las calles y autopistas son territorios de nadie, la policía no existe, sólo la calle y la necesidad de terminar lo antes posible. Estos buses son una especie de comandos suicidas que no bajan la velocidad a menos de ochenta kilómetros por hora, que cuando ven un semáforo en rojo aceleran en lugar de frenar y se paran donde  les da la gana. Cuando viene otro transporte y ambos conductores se observan en silencio, empiezan una carrera sin reglas, donde se juega algo más que la vida propia y la de sus pasajeros, siendo transportados a otro lugar donde el placer de llegar antes que el rival lo es todo, donde a base de acelerar hasta la locura pueden desahogarse de una vida de frustraciones, trancones eternos y vidas detrás de un timón. Siempre he creído que se ven a sí mismos como unos modernos aurigas de Coliseo Romano pero no podría estar seguro, nunca he sido conductor de bus.

El ejemplar que nos ocupa no era diferente al resto. Manejaba como un psicópata de las carreteras, pero para quienes estamos acostumbrados a ese ritmo desenfrenado nos da igual, nos adormilamos y esperamos despertar ya sea en nuestra parada o en el mundo de los muertos. Empezaba a quedarme dormido mientras ensoñaciones de mi dulce novia me acompañaban, cuando el bus se detuvo con brusquedad. Al asomarme por la ventana me di cuenta que la ruta se había desviado por completo. No nos hallábamos más en la ciudad sino en una carretera oscura que parecía ir a ninguna parte.

 — ¿Seguro que este bus pasa por la calle X? —le grité al conductor.

—Este es un nuevo desvío para ahorrarnos tiempo —respondió el hombre malhumorado— ahora bien, si no le gusta o no  me cree puede bajarse.

No valía la pena discutir. En su lugar me asomé por la ventana para ver por qué nos habíamos detenido. Cuatro sombras estaban alrededor de una caja alargada que no podía distinguirse muy bien, las figuras parecían discutir entre sí hasta que se pusieron de acuerdo. Dos de los hombres ingresaron primero al vehículo arrastrando una parte de la caja y los otros dos lo hicieron con la parte final del cargamento. Al contemplar quienes eran los individuos y cuál era el contenido de lo que llevaban ahogué un grito de horror.

El grupo estaba conformado por un negro, un albino, un chino y un indio. Si fuera una ocasión más alegre esta situación podría haber sido el origen de un chiste del tipo  “Un albino, un negro, un chino y un indio entran a un bar y….”, pero la mirada de los cuatro tipos no tenía nada de graciosa, era gélida, desapegada, inhumana y no parecían mirar a otro sitio que no fuera el ataúd.

Porque era eso y no otra cosa era el cargamento que traían, un precioso ataúd de color negro con ribetes rojos. Tenía en la superficie una cruz gamada, demasiado fina para un entierro común, demasiado elegante para este transporte. Los hombres miraban únicamente el objeto y nada más.

Sorprendido miré alrededor. Aparte de los cuatro individuos en el bus habían diez pasajeros incluyéndome. La mayoría de ellos parecían estar concentrado en sus asuntos, uno escuchaba una diminuta radio, algunos observaban el paisaje y la anciana dormía con placidez. El chofer seguía concentrado en las calles sin prestarle atención al resto del universo.

Instintivamente miré a la silla diagonal a la mía, el gordo estaba nervioso. No dejaba de mirar con insistencia el féretro y empezó a comerse las uñas con voracidad, a morderse los labios hasta sangrar, su pie empezó a moverse de manera frenética y el sudor le caía por la frente como si estuviera bajo un sol inclemente. Nuestras miradas se cruzaron y parecía suplicarme ayuda, yo simplemente me encogí de hombros y dirigí mi mirada hacia el exterior esperando encontrar paisajes menos lunáticos.

A los pocos minutos sonó el timbre que le indicaba al conductor que debía detenerse. No necesité girar mi cabeza para adivinar que era el gordo quien quería bajarse lo más pronto posible, así estuviera lejos de casa. El chofer ignoró el timbre y por el contrario aceleró más.

— ¡Pare! ¡Pare, por favor! —suplicaba el obeso.

—Hasta el próximo paradero —replicó el conductor sin siquiera voltear la cabeza hacia su interlocutor.

—¡Pero yo me quiero bajar ya! —rezongó el gordo chillando como un niño pequeño.

— Hasta el próximo paradero —repitió el hombre y me pareció oír levemente en el tono de su voz una burla hacia el pobre desesperado.

—¡Si no me logro bajar de aquí a las buenas, será a las malas! —gritó el gordo y empezó a golpear y patear la puerta del autobús pretendiéndola romper.

Lo que pasó después fue repentino. De un momento a otro el chino se incorporó como un rayo y fue hasta donde el gordo, antes de que aquel pudiera decir palabra alguna sacó un pequeño cuchillo con lo cual le hizo un corte limpio y perfecto en la garganta que lo degolló de inmediato. El indígena se levantó con lentitud y se dirigió hacia ese lugar, se arrodilló al lado del moribundo y mientras le acariciaba la cabeza sacó un pequeño cuenco el cual usó para recoger la sangre que le manaba al pobre hombre quien se manifestaba únicamente con pequeñas convulsiones que cada vez eran menos frecuentes hasta que finalmente se quedo completamente quieto, completamente muerto.

El resto de los pasajeros no le prestaron atención al hecho y seguían distraídos cada uno en su propio universo. Yo me mordí el puño de la mano hasta sangrar; no podía hacer nada y no estaba dispuesto a morir por un ser tan insignificante como ese. En vista de que mi paradero aún estaba lejano y que no era buena idea timbrar antes de tiempo, observaba la escena con curiosidad.

El negro vestía una camisa blanca de lino y un sombrero de paja de los cuales se despojó para empezar un solitario lamento en un idioma desconocido. La piel oscura parecía confundirse con la noche y las gotas de sudor que corrían por su torso parecían ser las estrellas que surcaban el firmamento. Su canto era misterioso y el hombre lloraba y reía al mismo tiempo, suplicando y ordenando, gritando y susurrando creando con su voz una anarquía ordenada, la quintaesencia del caos.

Mientras esto ocurría, el albino tomó el cuenco del indio se acercó al sarcófago y empezó a pintarlo con la sangre, dibujando una serie de símbolos desconocidos para mí pero que incluso hoy, cuando ha pasado tanto tiempo, siguen aterrorizándome en mis peores pesadillas. Faltando poco para acabarse la sangre, cuando quedaban pocas gotas, el albino se llevó el cuenco a su boca y bebió con fruición su contenido, al limpiarse la comisura de los labios con el revés del brazo me miró con ansiedad.

El negro seguía con su canto, algunas veces su voz bajaba y se convertía en una especie de rezo y otras veces se elevaba por encima de los ruidos de la ciudad, desgarrando la noche, violándola en silencio.  De un momento a otro empezó a aullar, no como un hombre, no como un lobo, sino como la bestia más aterradora de los mismos infiernos, su aullido era largo, sin pausa, lleno de lujuria, de odio, de muerte; su grotesco ruido fue respondido por otro sonido seco y rasposo, la voz del albino.

Antes que pudiera percatarme, el chino y el indio se habían unido al coro. Miré hacia adelante, el chofer no participaba del juego de voces pero no parecía importarle lo que pasara atrás, seguía concentrado por secula seculorum en su maldita vía.

La anciana pareció despertarse de su largo letargo, me miró sorprendida, como si me preguntara que había pasado, luego de lo cual esbozó una sonrisa de niña mala y empezó a aullar al igual que el resto de su manada. Sus facciones seguían siendo humanas, pero eran ahora demasiado salvajes y malvadas.

De pronto, se escuchó una campanada. Nunca en todas las visitas a mi novia había escuchado una. Era un sonido lúgubre, grave, capaz de helar los corazones más osados y de hacer llorar a un dios.

Las bestias cesaron su sonido y se acercaron al féretro.

Bong, Bong…..

Se escuchó el aruñar de la madera, un garrapateo constante, la anciana aguantó la respiración.

Bong, Bong…

El sonido aumentó,  ahora golpeaban el ataúd con fuerza desde su interior.

Bong, Bong…

No podía ver nada, los cuatro hombres y el resto de pasajeros rodeaban la caja en un silencio largo incómodo.

Bong Bong

Un ruido rompió todo rastro de solemnidad. El conductor de media noche prendió la radio. Sonó una salsa que puso a vibrar cada uno de los rincones del destartalado transporte.

Bong, Bong…

Se escuchó caer la tapa del ataúd y pude sentir a una figura, hija de la noche, la sangre y la demencia emerger de ella. Intenté mirar de manera disimulada pero el gigantesco negro bloqueó nuevamente mi visión; volteé mi cabeza nuevamente hacia el exterior reconociendo la fachada de mi sitio de trabajo, aún estaba a veinte minutos de trayecto antes de llegar a mi paradero. Saqué un cigarrillo de mi bolsillo y mientras lo encendía quise pensar que sólo por esta vez el conductor no se giraría y empezaría a regañarme por ensuciar su precioso autobús con ceniza.

Bong.