El Principito es considerado uno de los grandes
clásicos de la literatura. De hecho, es el libro que más se ha vendido después
de la Biblia y el Corán. Fruto de su éxito se han sacado camisas, películas,
muñecos, obras de teatro, pines, botones y videojuegos. Incluso, el empresario
argentino Alejandro Roemmer se aventuró a hacer una secuela titulada El regreso
del joven príncipe, en el cual el muy mentado Principito es ahora un
adolescente que vuelve a la tierra, sólo que esta vez viene de paseo a la Patagonia
y mantiene una interesante charla de autoayuda con un conductor que lo recoge
(y no, no es broma. Esto es lo que pasa cuando los empresarios se dedican a la
literatura: Mala literatura).
¿Pero es en verdad este libro tan importante? ¿Tiene
tantos mensajes como lo repiten a diario solteras enamoradizas, reinas de
bellezas y profesores de escuela que SIEMPRE lo van a poner en la lista de
libros obligatorios o es tan sólo un lugar común, un libro que ha sido
sobreestimado a niveles insospechados?
Vamos a averiguarlo.
El libro comienza mal desde antes de iniciar el primer
capítulo, es decir desde la dedicatoria. Su autor, Antoine de Saint- Exupery,
le dedica la narración a su amigo León Werth, pero luego empieza a esgrimir mil
disculpas ante los niños —sus lectores ideales— hasta que al final se
arrepiente y lo dedica a su amigo pero sólo cuando era niño.
Una de las reglas básicas del buen escritor es contar
una verdad, la suya ¿Qué credibilidad puede tener alguien que cambia como una
veleta sus convicciones para no quedar mal con sus lectores? Me imagino que si
Exupery hubiera nacido en la Alemania Nazi y hubiera tenido un amigo judío, su
dedicatoria habría podido ser así:
A Isaac Adler
Pido perdón a los miembros del
Partido NacionalSocialista por haber
dedicado este libro a una persona judía.
Tengo una buena excusa: es mi mejor amigo. Tengo una segunda excusa: le gustaría no ser
judía. Tengo una tercera excusa: está en
un campo de concentración. Si todas estas excusas no fueran suficientes, voy a
dedicar este libro a la parte aria que hay en él. Entonces corrijo mi
dedicatoria.
A Isaac Adler —pero sólo a su parte Aria—
Comencemos la historia: El Principito es un niño (del
que, por cierto, nunca se explica de dónde le viene ese título real) que vive
en un asteroide apenas más grande que él
y que dedica sus días a eliminar hierbas malas, los baobabs, y a deshollinar su
pequeño hogar. Nunca vemos de dónde se alimenta, saca la ropa o va al baño,
pero digamos en beneficio del relato que si existen novelas en las que hay
vampiros de 107 años que no toman sangre humana y se enamoran de adolescentes
histéricas todo es posible.
La vida de nuestro protagonista cambia
intempestivamente un día que una rosa germina en su planeta. Si bien es cierto
que la flor es un poco vanidosa, no pide nada fuera de lo común aparte de ser
alimentada —en un asteroide donde nunca se va a ver una nube y ni hablar de
lluvias—. ¿Qué hace entonces el héroe de esta historia? ¿Acaso dialoga con ella
o hace algún intento por comprenderla? No señores, al igual que el hombre
irresponsable que sale a “comprar cigarrillos” para no volver jamás, nuestro
admirado Principito pone pies en polvorosa y huye cobardemente.
Esa es la mecánica que se repite constantemente a lo
largo de todo el libro. Principito conoce a nuevo personaje, en lugar de
aprender de él, o buscar algo positivo lo juzga, usa una muletilla que le sirve
como excusa para todo (“Los adultos son muy raros”) y vuelve a huir.
Ese es quizá el secreto del libro: las mujeres aman
los amores no correspondidos. Cuanto mas indiferente, maltratador, caprichoso,
manipulador y cobarde sea el hombre, ellas más se enamoran; mientras que los
varones sueñan con escaparse de la casa cuando sientan problemas, vivir mil
aventuras por fuera sin amarrarse jamás y volver cuando las aguas hayan vuelto
a su normal cauce. Los niños, por su parte,
aman esta historia porque ven seres inanimados hablar y todos saben cómo
los infantes adoran eso, sino vean el éxito de las fábulas de Esopo o el
programa de Bob Esponja.
Nuestro intrépido protagonista visita –y se fuga
apenas puede- los asteroides vecinos
hasta llegar a la tierra. Allí descubre que su rosa no es única sino
simplemente una flor más y en lugar de apreciarla por lo compartido con ella,
se pone a llorar y a despreciarla. Un gran ejemplo para los niños, no me cabe
duda.
El Principito está llorando y esperando una puesta de
sol –que era lo único que hacía en su hogar a falta de un televisor- cuando se
encuentra con el único personaje que vale la pena en esta sobreestimada obra:
El zorro.
El zorro es un animal que sufre, que cae ante las
bajas pasiones, que no le importa matar gallinas para alimentarse, que es
alegre y sabio, de sus labio surge la tan trillada- pero hermosa frase- aquella
de “Lo esencial es invisible a los ojos”. ¿Por qué Exupery no hizo más bien un
libro dedicado a este animal en lugar de dedicarse al anodino y cobarde
Principito?
Desde luego nuestro insigne protagonista vuelve a huir
y deja tirado al zorro. Es en ese momento cuandose encuentra con el narrador
del libro, un piloto con la misma personalidad que un cactus. El Principito le pide
a su nuevo amigo —al que abandonará, no lo duden— que le dibuje un cordero.
Nunca explican para qué carajos quería un cordero, si ni siquiera pudo hacerse
cargo de una flor ¿Cómo pretende ahora hacerlo con un animal? ¿Por qué accede
el piloto en darle el cordero sabiendo lo inestable emocional y mentalmente que
es el pequeño truhan? Personalmente me inclino a pensar que El Principito se
cansó de comer sándwiches rellenos de baobab y quería un buen pernil de
cordero.
Finalmente pasa lo que ha pasado en las anteriores
cincuenta páginas del libro. El Principito deja tirado a su nuevo amigo y
decide volver a su planeta esperando a que su flor lo reciba, cual mujer
maltratada, con los brazos abiertos y dispuesta a perdonarle su abandono.
Allí termina el libro, pero yo me atrevo a aventurar
un par de hipótesis: la primera es que cuando el Principito vuelva encontrará a
su rosa seca y muerta. Recordemos que él era el encargado de alimentarle y
darle agua –que no sabemos de dónde sacaba- pagando así la consecuencia de sus
actos, y la segunda es que como dejó de cortar los baobabs y deshollinar los
volcanes, estos se apoderaron del asteroide haciéndolo estallar, dejando a
nuestro pequeño llorón sin hogar.
Pero supongamos por el bien de la historia que no pasó
nada de eso: la flor está bien y el planeta intacto. Sueño con que el cordero y
la rosa se hagan amigos y se den cuenta de la vileza del enano de pelos rubios
y emprendan ellos dos un viaje dejando atrás al Principito sin corona. Para
que vea lo que se siente.
En resumen…. no es una mala obra, aunque no es lo
maravilloso que podría ser si el protagonista hubiera sido el Zorro o hasta el
mismo piloto; de hecho, son los personajes secundarios los que mantienen a
flote esta obra porque el Principito es terriblemente irritante. Es un clásico
que muy seguramente les obligaron a leer en el colegio y que es útil porque
sirve para conquistar a miembros del sexo opuesto, especialmente aquellos que
siguen pensando que Paulo Coelho es el no va más de la literatura.